lunes, 18 de noviembre de 2013

La importancia de los hábitos y rutinas

¿Cómo crear hábitos y rutinas en los niños?

La creación de  hábitos y rutinas son cruciales para el desarrollo integral de los niños y niñas, así como para su crecimiento y el afianzamiento de sus emociones. Los hábitos y rutinas pueden verse como límites necesarios para los niños ya que les aportan seguridad y confianza porque saben lo que pueden esperar de su casa.
Una ventaja muy importante de los hábitos y rutinas es que impiden que tu hijo sienta desconfianza e incertidumbre y que aprenda a ser responsable. Sigue leyendo y te daremos algunos tips para que sepas cómo crear hábitos y rutinas en los niños.

¿Cuándo y cómo crear hábitos y rutinas en los niños?

Empieza lo más pronto posible
Entre más temprano le enseñes a tus hijos hábitos y rutinas más éxito tendrás en su implementación. Es decir, debes empezar antes de que tu hijo o hija cumpla un año de edad. Si esperas hasta que el niño esté más grande “porque entiende más” seguramente ya habrá adquirido algunos malos hábitos difíciles de remover.
Tu hijo aprende con el ejemplo
Nuestros  hijos pequeños copian todo lo que ven, sea bueno o malo, ya que no saben diferenciarlo. Si quieres que tu hijo aprenda hábitos  y rutinas tú mismo deberás darle el ejemplo, ya que es la mejor forma de enseñarle algo a tu hijo.
Crea un horario para las necesidades básicas
Lo primero que debes establecer es la misma hora para comer, dormir y bañarse. Escoge la hora que mejor se acomode al horario de tu familia y tu hijo y respétala a diario. Luego con base en ella añade la hora para estudiar, jugar y hacer la siesta.
Recuerda que la creación de hábitos y rutinas en los niños es un proceso que requiere paciencia y trabajo en familia para que sea exitoso.

Blog de Eduard Punset » El I+D de la especie humana

Autor: Eduard Punset 17 noviembre 2013

Ningún otro animal pasa por un periodo de inmadurez tan largo como lo hacemos los humanos. Si algo nos caracteriza, es lo desnudos que llegamos al mundo, y no me refiero a la ausencia de ropa.

Aterrizamos en el planeta Tierra equipados con un kit básico de emociones e instintos, pero poca cosa más. Mientras que a las pocas horas de salir del cascarón un pollito es capaz de abastecerse de comida por sí solo, nosotros, los humanos, apenas aprendemos a alimentarnos por nuestra cuenta pasados uno o dos años desde que nacemos.
Somos la especie que más tiempo invierte en el aprendizaje de sus hijos, casi dos décadas hasta la superación de la adolescencia. ¿Qué hacen durante este tiempo los bebés, niños y adolescentes? Sin duda, dar rienda suelta a su imaginación, saciar su curiosidad, crear, descubrir, inventar, ensayar, innovar. Según la psicóloga californiana Alison Gopnik, «los bebés son como el departamento de I+D de la especie humana». Los niños, al igual que los científicos e investigadores, hacen lluvias de ideas, plantean ideas sencillas y descubren cosas.
El medio es el juego, la diversión, y eso es la clave para un aprendizaje eficaz. Yo mismo constaté con mis alumnos que, si no combinas el conocimiento con el entretenimiento, fracasas en tu misión pedagógica. Sin esa mezcla no hay aprendizaje y menos aún creatividad. Esto deberían aprenderlo aquellos padres que, demasiado obcecados por las formas, insisten en poner cortapisas a la imaginación de sus hijos.
bebé
La mano de la creatividad (Imagen: GPP).
Hace unos años, Ken Robinson me explicó una historia fascinante. Bart, un niño de seis años, descubrió que podía caminar sobre las manos con igual facilidad que con los pies. Le gustaba pasearse por ahí haciendo el pino, y con el tiempo –y con el apoyo de su madre– supo profundizar en ello con pasión y sacó partido a lo que, para muchos, era una mamarrachada infantil.
Bart Conner, que ya tiene 55 años, puede presumir hoy de ser uno de los gimnastas estadounidenses con más trofeos a sus espaldas, y su éxito se lo debe a descubrir lo que Robinson denomina «su elemento» y a haberle dedicado con pasión horas y más horas.
El sistema educativo actual, herencia de una caduca sociedad industrial, aparta a niños y jóvenes de su elemento. «No es un déficit de atención, es que no me interesa», rezaba la camiseta de un joven estadounidense.
Las escuelas siguen sin dar alas a su creatividad, a sus pasiones, y continúan machacando sus emociones básicas y universales. Insisto: las necesidades de la sociedad han cambiado, pero la enseñanza continúa encorsetada en las antiguas competencias. Los estudiantes de hoy son todos nativos digitales, tienen acceso inmediato a la información, pero, al contrario de lo que sucedía en mi generación, nadie los guía para aprovechar ese alud de datos. Van perdidos.
La mayoría de los niños ya no juegan en la calle –el tráfico y la vida mayoritariamente urbana lo hacen imposible– y andan atosigados con mil y una actividades extraescolares para que sus padres puedan acabar su jornada laboral. Además, la edad con que los jóvenes se dan de bruces con el sexo y las drogas se anticipa en detrimento de valores y de respeto hacia los demás. Y todavía hay quién pone en duda la necesidad urgente de incorporar en los currículos competencias como las habilidades sociales, la gestión de las emociones o el aprendizaje de la creatividad.
Mientras esto no suceda, al menos fuera de las aulas, dejen a sus hijos descubrir cuál es su elemento, lanzarse de cabeza a él, practicarlo con pasión y dedicarle las horas necesarias para llegar a dominarlo. Les harán falta unas diez mil.


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